El jueves pasado por la tarde se presentó en Madrid, en la Residencia de Estudiantes, un libro llamado “El Coro de Babel: Las Actividades Culturales de la Residencia de Estudiantes”, obra de Álvaro Ribagorda. Que resulta que es uno de mis compañeros de aquellos maravillosos años de la facultad de Historia, además de un muy buen amigo. Y bueno, ¿qué menos que hacer un poco de publicidad a un amigo cuando uno tiene un blog de estas características? Así que, aunque aún no he podido leerlo (no ha habido tiempo material), hoy vamos a hablar un poquito de El Coro de Babel, y de su autor.
Supongo que lo más fácil para hablar de Álvaro sería irme a una colección de poemas de su puño y letra que publicó la editorial Cuarto Creciente, La Vida por Delante, en el que yo tuve el placer de colaborar como corrector y… no sé si el título adecuado sería “consejero”, coger la semblanza que se hacía de él y trasladarla aquí. Pero cuando uno tiene un conocimiento directo del autor… parece que eso sobra, ¿no? Me acuerdo perfectamente de la primera vez que vi a Álvaro en clase. Estábamos en segundo año de Historia, y coincidíamos en una asignatura, Historia Contemporánea II (sí, así eran nuestras asignaturas, los nombres no eran muy originales). Y Álvaro no es una persona que haya pasado nunca desapercibida: metro noventa y pico de tío, rubio y con una voz que retumbaba en clase. Y de vez en cuando, una camiseta del Madrid… pero con el tiempo se lo he perdonado, nadie es perfecto. Las circunstancias se movieron, las esferas giraron, y de alguna forma, me encontré siendo amigo de Álvaro. Simplemente para que os hagáis una idea de qué tipo de persona se trata (Emilio Fusi, director de su tesis doctoral y uno de los participantes en la presentación del libro lo definió perfectamente), poco después del tercer curso, consiguió movernos a nuestro amigo Ivo y a mí para que nos lanzáramos a la aventura editorial, aventura que se concretaría en la fundación de la revista Cuarto Creciente, y bueno, en muchas más cosas que vinieron después. Reconozco que fui el primero en rendirme, pero realmente fue algo grandioso lo que se consiguió en aquella revista que se terminaría convirtiendo en pequeña editorial, y aunque los demás fuimos y volvimos de diferentes maneras, Álvaro siempre sostuvo la antorcha.
Y si hay algo que todos teníamos claro, es que Álvaro estaba llamado a la vida de la universidad, y sobre todo, a la investigación histórica. Creo que no sorprendo a nadie si digo que el estudio de la Historia como carrera es vocacional. Y aquí debo admitir que, dentro del grupo, incluso puedo ser el personaje discrepante, lo mío siempre ha sido más curiosidad que otra cosa. Pero Álvaro tenía (y tiene) verdadera pasión por la investigación histórica. Eso se tradujo en su doctorado, y en su tesis, dirigida por una de las eminencias de la enseñanza de la Historia Contemporánea en España, el profesor Juan Pablo Fusi, un trabajo sobre la Residencia de Estudiantes que le ha llevado una considerable cantidad de años, mucho trabajo, un largo viaje, salvar una buena cantidad de escollos… y finalmente un doctorado, y ahora, la publicación de parte de esa tesis como el libro que nos lleva a hablar hoy de Álvaro y de El Coro de Babel. La mirada de Álvaro recae sobre esa institución de importancia inconmensurable para la cultura y las artes que fue la Residencia de Estudiantes de Madrid, en la que coincidieron Luis Buñuel, Federico García-Lorca, Salvador Dalí; donde Jorge Guillén, Rafael Alberti y Juan Ramón Jiménez fueron asiduos, donde Unamuno y Severo-Ochoa fueron residentes…
Ese es el mundo en el que Álvaro se sumerge, y repito, aunque no he leído el libro (aún), estoy convencido de que lo hará con la misma pasión y perfeccionismo que Álvaro ha puesto siempre en todo lo que ha hecho, y en la objetividad que, a pesar de esa pasión que ya he mencionado, es capaz de infundir en sus trabajos. En la presentación del libro, Fusi dice algo así como “Álvaro es uno de esos estudiantes de los que ya no hay”, y en esto, debo estar de acuerdo con él. Y más adelante, cuando le llegó el turno de palabra, Álvaro no pudo dejar pasar el comentar lo impresionante que era compartir el espacio donde habían estado tan ilustres personajes, diciendo después que no pretende en ningún momento compararse con ellos.
Álvaro, tío… la modestia es para los inseguros. Cuando ellos estaban en esas paredes, tampoco eran nadie del otro mundo. Lorca, Unamuno, Dalí… no eran más que jóvenes, que no tenían ni idea de en lo que iban a convertirse. Y nosotros no sabemos qué nos traerá el mañana, así que… ¿Quién sabe? A lo mejor dentro de ochenta años, alguien tiene que ir a la Residencia a presentar su tesis, y se siente impresionado por estar en las mismas paredes en las que ochenta años antes habló Álvaro Ribagorda.
Y si no, dará igual, porque lo hecho, lo has hecho con pasión y entrega… y seguramente, con genialidad. Soñemos con lo más alto. Y tío… tú ya estás muy arriba (que con lo alto que eres, cuando llueve te mojas antes J). Y para los demás, aquí hay un ejemplo a seguir. Pasión, trabajo… y un sueño cumplido, El Coro de Babel.
Nos vemos pronto, tío.
Ay Tomás! Emilio, Emilio... Emilio es una obra de Rousseau, Fusi es Juan Pablo ;)
ResponderEliminarSaludos majo y enhorabuena por tu blog, lo que hacéis los modernos, redila!
Ivo
¡Estupendo el blog, y la nota! Nunca pensé verme entre Enrique VIII y los cátaros.
ResponderEliminarEspero que lo leas pronto y me hagas otra reseña.
¡Qué tiempos aquellos! Algunas veces me paro a pensar en ellos, y los sigo viendo como si fuese una película, y siempre como si fuesen ayer mismo, como si pudiese bajar del autobús y encontrarnos todos en la facultad.
Muchas gracias Tomy, me has emocionado.
Abrazos,
Álvaro
Muy bueno siempre alter ego
ResponderEliminarCorregido, Ivo. Si es que ya uno, con tantos años... termina por mezclar churras con merinas.
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