A
pesar de que como dice mi titulación y como no me canso de decir soy
medievalista, siempre he reconocido que tengo cierta debilidad por los
personajes del siglo XVI. Ya he hablado alguna vez de Enrique VIII o sus
esposas, y en este caso, la protagonista de este post será la que podríamos
considerar como la gran matriarca de Francia, la italiana que más ha hecho, sin
duda, por la corona del país galo. Se trata, como el título del post indica, de
Catalina de Medici.
Además
de hablar de la vida de este personaje histórico, tengo que señalar que he
recalado en ella gracias a uno de los libros que compré en alguna de las
pasadas ferias del libro, una biografía decimonónica de esta reina obra del
historiador francés Jean Baptiste Honoré Raymond, que firmaba sus obras como
M.Capefigue. No tengo mucho que decir del libro, la verdad, ya que como he
dicho, es por completo una obra del siglo XIX, con todo lo que eso conlleva.
Capefigue trata en su trabajo de “limpiar” la imagen de esta reina, y escribe
con un aire de dignidad y omnisciencia muy curioso para el lector del día de
hoy. Tras cada una de sus palabras, el autor trata de darnos una lección de
política, de ética, de moral… de cualquier cosa, siempre utilizando a Catalina
como ejemplo de todo este tipo de cuestiones. ¿Personalmente? Me quedo con la
otra Catalina de Medici, la que Alejandro Dumas nos presenta en su obra La Reina Margot, que todos deberíais
leer o, en su defecto, ver la película protagonizada por Vincent Pérez e Isabel
Adjani, en la que Virna Lisi interpretaba precisamente a Catalina.
Catalina
de Medici nació en Florencia en 1519, y con solo catorce años, contrajo
matrimonio con Enrique, el cuarto hijo del rey de Francia, Francisco I, el
histórico gran oponente tanto de Enrique VIII de Inglaterra como del Emperador
Carlos V. Sobrina del Papa Clemente VII (Julio de Medici), que prácticamente la
había criado tras fallecer sus padres, Catalina era la opción perfecta para
acercar la dinastía de los Valois al Papado. Sin embargo, con la muerte en 1536
del Delfín Francisco, Enrique se convertía en heredero del trono, y por tanto,
Catalina en futura reina de Francia.
Catalina
tuvo diez hijos de Enrique, y tres de ellos llegarían a ser reyes de Francia. De
hecho, los hijos de Catalina, Francisco II, Carlos IX y Enrique III, serían los
últimos reyes de la dinastía Valois, mientras que su hija, Margarita, casada
con Enrique de Borbón, sería el puente entre la Casa de Valois y el primer rey
Borbón, Enrique IV. Mujer dura, recia e inteligente, Catalina se convirtió en
el timón del reino durante el reinado de cuatro reyes, y supo mantener el
dominio de su entorno incluso a sabiendas de que su propio esposo tenía una
amante oficial en la figura de la duquesa del Valentinado, Diana de Poitiers.
Su corte estuvo bajo el influjo del astrólogo Cosimo Ruggeri, pero también fue
la mecenas del archiconocido Jean-Michel de Nôtre-Dame, conocido por todos como
Nostradamus, que vaticinó para la reina
la muerte del propio Enrique II.
Enrique
II tuvo una de las muertes más curiosas de la historia, pues falleció en un
accidente en uno de los últimos torneos que se celebraron en la corona de
Francia, celebrado con motivo de la boda de su hija Isabel con el rey Felipe II
de España. Justando con el conde Gabriel de Montgomery, la lanza del conde
atravesó el ojo del rey, en una herida que sería mortal. Ni el médico de la
corte, Ambroise Paré, ni el enviado de la corona española, Andrea Vesalio,
consiguieron evitar la muerte del rey, que fallecía el 10 de Julio de 1559. Su
hijo Francisco II se convertía en rey, y con él, Catalina se convertía en la
persona más importante del reino de Francia… y también comenzaría a acumular
una auténtica leyenda negra a su alrededor. Catalina se convertía en el centro
de un conflicto que se estaba desarrollando en aquel momento, los conflictos
entre protestantes y católicos que se conocen históricamente en Francia como “Las
Guerras de Religión”. Las tensiones entre católicos y hugonotes (protestantes
franceses) tendrían su apogeo en la llamada Noche de San Bartolomé, cuando ya
era Carlos IX el que ocupaba el trono, tras el fallecimiento de Francisco II
víctima de una enfermedad pulmonar.
Por
motivos religiosos y dinásticos, se había tomado la decisión de casar a la hija
de Catalina, Margarita, con Enrique de Borbón, duque de Vendôme y heredero del
trono de Navarra, hijo de Juana d´Albret, activista y cabeza de los hugonotes.
Ni los contrayentes, ni el Papa, ni el pueblo de Francia estaban de acuerdo con
esta boda (sobre la que se desarrolla la historia de la fabulosa La Reina Margot). Los grandes líderes
hugonotes se reunieron en París para asistir a esta (Juana d´Albret, la madre
del novio ya había muerto, según los rumores envenenada por orden de la propia
reina madre utilizando unos guantes), y la noche del 24 de Agosto de 1579,
según algunos por orden de la propia Catalina y de Carlos IX, noche de San
Bartolomé, los católicos se lanzaron sobre los hugonotes, sacándoles del Louvre
y matándolos en las calles de París. Sólo Enrique de Navarra y el Príncipe de
Condé se salvaron de la matanza por orden del propio rey.
Si
Catalina y Carlos pensaban que con la masacre podían poner fin a las Guerras de
Religión, se equivocaban. Enrique de Borbón consiguió escapar de París y se
puso al frente de los hugonotes en la Cuarta Guerra de Religión, conocida
también como “Guerra de los Tres Enriques”, pues implicó a Enrique III de
Francia (que había sucedido a su hermano Carlos), a Enrique de Borbón y a
Enrique de Guisa, y que concluiría con la muerte de Enrique III asesinado en
1589 por un fraile dominico, Jacques
Clément, perteneciente a la Liga Católica… lo que hizo que la Corona de Francia
pasara precisamente a Enrique de Borbón, que se convertía en Enrique IV de
Francia, y que abjuraba de la fe protestante para convertirse en rey. Sin
embargo, Catalina no llegaría a ver la entronización del que probablemente
fuera su peor enemigo, ya que había muerto el 5 de Enero de ese mismo año,
victima de una pleuresía. La leyenda dice que Cosimo Ruggeri había predicho su
muerte para cuando escuchase el nombre de Julien de Saint-Germain, precisamente
el sacerdote que velaba su enfermedad. Fue enterrada en Saint-Denis, y su
cuerpo fue exhumado y profanado durante los violentos días de la Revolución
Francesa.
Es
imposible en un blog como este dar la profundidad y el trasfondo que se merece
Catalina de Medici, todo esto son solo unas pinceladas de su vida y de lo que
es mejor, su leyenda negra, porque hay veces que la carga de una leyenda puede
ser más importante que la historia en sí. Y con Catalina, podemos aplicar una de
mis frases favoritas: no dejes que la realidad estropee una buena historia.
Como simpre divino, Alter Ego
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