martes, 3 de abril de 2012

GARCILASO DE LA VEGA


Hace casi literalmente siglos que en el Iconocronos no hablamos de poesía, y en este martes de Semana Santa, ha llegado el momento de retomar este tema. Y lo haremos con uno de los grandes poetas de la lengua española, Garcilaso de la Vega, poeta que marcaría la poesía del Renacimiento en España.

                Garcilaso de la Vega y Guzmán nacía hacia el 1498 en Toledo, y entre sus familiares, se encuentran altos representantes de la nobleza castellana de aquel momento. Los señoríos de Arcos, Batres, Cuerva, el marquesado de Santillana… hijo del Comendador de la Orden de Santiago en León… Son los antecedentes de Garcilaso, que tras quedar huérfano se criaría en la Corte de Castilla, donde conocería a su gran amigo, el caballero Juan Boscán. La vida de Garcilaso sería la de un noble de su época, es decir, la de un soldado, pues entraría en 1520 al servicio del Emperador Carlos V. Se casaría con Elena de Zuñiga, dama de una hermana del Emperador, pero su auténtico amor sería Isabel Freyre, dama de Isabel de Portugal, que se convertiría en esposa de Carlos V en 1526.

                Siguiendo las huestes imperiales, lucharía contra Francia en varias ocasiones, fue confinado a una isla cercana a Ratisbona por ofender al Emperador, viviría en Nápoles, y finalmente moriría de nuevo al servicio de Carlos V, con solo treinta y ocho años, al ser herido en el asalto a la fortaleza de Le Muy, cerca de Fréjus, en la Provenza. Murió en Niza, asistido por el duque de Gandía, Francisco de Borja (futuro San Francisco de Borja), y afectaría tanto al Emperador que mandó pasar a cuchillo a todos los soldados franceses que habían defendido Le Muy.

                Sin embargo, Garcilaso pasaría a la historia no por su habilidad en las armas, sino por su poesía, de la cual os dejo un gran ejemplo, y es que esta es probablemente una de mis poesías preferidas, su Soneto XIII.

                Que lo disfrutéis.

Soneto XIII
 
A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que al oro oscurecían;
 
de áspera corteza se cubrían                  5
los tiernos miembros que aun bullendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.
 
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía               10
este árbol, que con lágrimas regaba.
 
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!
 

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