El otro día, como
comentario a un post sobre La Cruzada de
los Niños, de Neil Gaiman en nuestroscomics,
mi amigo Natán pidió más información sobre el momento histórico del que la saga
tomó nombre, y claro… ¡para ese tipo de cosas esté el Iconocronos! ¡Para
ampliar datos! Así que hoy, en el Iconocronos, ¡hablamos de Historia y de
Cruzadas!
El fenómeno que se ha
llamado Cruzada de los Niños es un
evento enclavado en el Siglo XIII, en 1212, y vendría a ser uno más de los
muchos movimientos religiosos que se desarrollaron en diferentes lugares y de
diferentes formas en el primer cuarto del siglo. No voy a lanzarme a explicar
toda la historia de las Cruzadas (además ya se ha hablado ellas por aquí en
varias ocasiones), pero nunca viene mal un pequeño marco a la hora de
profundizar en un elemento concreto de la historia. Desde 1098, se venían
sucediendo en Europa los movimientos que se denominaron Cruzadas, cuyo objetivo
era conseguir el dominio de Tierra Santa, es decir la Ciudad de Jerusalén y los
lugares sagrados de las Escrituras, para los Cristianos. Bueno, más exactamente
para los Católicos, ya que los ortodoxos ya tenían cierta presencia en Tierra
Santa bajo el dominio turco, aunque eso no impidió a los bizantinos conspirar
para conseguir sus objetivos políticos en Oriente Próximo, lo que hizo que, con
la victoria de los Cruzados, uno de los perdedores fuera el Imperio Bizantino,
que no obtuvo lo esperado de los caballeros occidentales. Podríamos hablar
mucho sobre por qué surgieron las Cruzadas, por qué y por qué en ese momento,
podríamos hablar de la influencia de los normandos, recientemente incorporados
a las monarquías occidentales a través de varios ducados del Norte de Francia y
de Sicilia, normandos que no dejan de ser vikingos occidentalizados, y con una
tradición secular de religión y guerra, y de como influyeron en esta primera
Cruzada… Podríamos hablar de los problemas que sacudían Oriente, las
disensiones religiosas y étnicas entre los musulmanes de Siria y Egipto, la
rivalidad entre Damasco y Alepo… Fuera como fuese, Jerusalén cayó en manos de
los Cruzados en 1099, estableciéndose el Reino Latino de Jerusalén, formado por
el Principado de Antioquía, el Condado de Edesa, el Condado de Trípoli y el
propio Reino de Jerusalén.
Los Cruzados se habían
encontrado con un mundo musulman disgregado, enfrentado, pero su presencia en
Oriente provocó movimientos internos en el seno del mundo islámico, y no
tardarían mucho en surgir los primeros brotes de oposición, iniciándose una
serie de revueltas y contrarrevueltas que cristalizarían en las siguientes
cruzadas. La toma de Edesa por el emir kurdo Imad al-Din Zengi tuvo como
respuesta la Segunda Cruzada, donde los reyes tomaron el relevo de los barones,
y el histórico Bernardo de Claraval espolearía al Rey Luis VII de Francia y al
propio Emperador Federico I Barbarroja a la lucha por Tierra Santa. La Cruzada
se saldaría con la muerte del Emperador y el abandono de Luis VII (preocupado
por los devaneos de su esposa, Leonor de Aquitania con el Emperador Bizantino y
con su propio tío, el Conde de Trípoli).
Cuando en 1189 el gran líder musulmán Salah al-Din (Saladino) derrotó a
los Latinos en la batalla de los Cuernos de Hattin, conquistando la propia
Jerusalén, occidente había llamado de nuevo a la Cruzada, con Felipe II de
Francia y Ricardo I de Inglaterra al frente. De nuevo, la Tercera Cruzada trajo
pocos beneficios más allá de agrandar la reputación bélica de Ricardo; y
Occidente aún se lamentaría durante muchos años por la pérdida de Jerusalén.
En 1202 se organizó
una nueva Cruzada, pero los venecianos consiguieron manipularla de forma que
convirtieron el movimiento en un puñado de matones que arrasaron Zara (la
ciudad dálmata, no la tienda) y conquistaron el propio Imperio Bizantino;
subvirtiendo todo lo que habían sido las Cruzadas hasta ese momento, provocando
incluso la ira de uno de los personajes más importantes del siglo XIII, el Papa
Inocencio III, que a pesar de denostar esta manipulación del concepto de
Cruzada, se convertiría en el gran instigador de la llamada Cruzada Albigense,
cuando llamó a la Guerra Santa a los caballeros europeos contra los herejes
cátaros del Midí francés. De hecho, podríamos inscribir tanto a estos herejes
cátaros, como a los franciscanos y los dominicos como partícipes de un
movimiento de espiritualidad religiosa que se desarrollaría en esta primera
parte del Siglo XIII, y del que la propia Cruzada de los Niños formaría parte.
La cuestión es que la
pérdida de Jerusalén provocó una gran crisis espiritual en Europa, si Dios
había permitido que los cristianos hubieran perdido su ciudad santa en manos de
los Infieles… ¿no era eso una señal de que se había perdido el favor divino?
Los ricos y poderosos eran cada vez mirados con peores ojos por el pueblo… y
había dos tipos de representantes de la Iglesia, los ricos y poderosos o los
simplemente ignorantes. Como he dicho antes, eso llevó a la aparición de las
Órdenes Mendicantes, Franciscanos y Dominicos, curiosamente inspirados en los praefecti de la herejía cátara, órdenes
que practicaban el voto de pobreza como parte de sus creencias, y de hecho, sobre
todo los franciscanos, estuvieron en su día en la cuerda floja de la herejía
por sus ataques al clero establecido y a la opulencia de la Iglesia. Pero eso
es otra historia.
Este es el trasfondo
en el que, según la historiografía tradicional, un niño, de nombre
indeterminado, había recibido unas cartas de puño y letra del propio Jesucristo
para entregárselas al rey de Francia, cartas en las que le exhortaba a una
nueva cruzada. Esta situación encaja exactamente en la iconografía de la época:
un niño, símbolo de inocencia; el rey de Francia, el hombre más “pío” de la
cristiandad, y probablemente el más poderoso. Sin embargo, Felipe de Francia se
tomó las cartas del crío a risa, de modo que Jesucristo volvió a aparecerse
ante el niño, dándole esta vez la instrucción de dirigir él mismo una nueva
Cruzada. Según esas visiones, los niños, llevados por su pureza y bondad
natural (el siglo XIII no era el mundo de MTV, claro), serían quienes tomaran
Jerusalén, con las murallas derribándose ante ellos y los mares abriéndose para
permitirles el paso.
Mientras esto ocurría
en Francia, un movimiento parecido se desarrollaba en Alemania. Llevados por
las visiones divinas, entre 20000 y 30000 niños siguieron a estos pequeños
líderes, convertidos en una especie de enjambre de langostas que iba arrasando
ciudades y pueblos de la campiña francesa, mientras se dirigían hacia Niza, en
el Sur de Francia. Sin embargo, obviamente, no se trataba de un ejército, no
había la menor organización. Miles de niños desertaron, miles murieron de
hambre en el camino al carecer de una logística, de unos abastos… Finalmente,
2000 niños y un puñado de adultos consiguieron llegar a Niza, donde pasaron dos
semanas rezando durante todo el día en espera de que el mar se abra para
permitirles llegar a Jerusalén. El mar no lo hizo, pero dos comerciantes se
ofrecieron a transportar a los niños hasta Tierra Santa, pero no se trataba más
que de dos pícaros sin escrúpulos, que subieron a los niños a siete barcos. Dos
de ellos se hundieron en la costa de Cerdeña, pero cinco de ellos llegaron a
Alejandría, en Egipto, donde los niños supervivientes fueron vendidos a los
musulmanes como esclavos, acabando con la Cruzada. Según algunas historias, uno
de los niños pudo regresar a Francia convertido en sacerdote, y a través de él,
es por quien se conoce la historia.
Y realmente, esta es
la versión que ha quedado en el ideario popular.
Investigaciones más
recientes han llegado a la conclusión de que la Cruzada de los Niños como tal
no existió, pero sí hubo varios movimientos en Europa que pudieron haber servido
como base para este mito; todas ellas imbuidas del mismo espíritu místico y
espiritual del que ya hemos hablado antes. En el primero de ellos, un pastor alemán de nombre Nicolás condujo a siete mil “iluminados” a través de
los Alpes, camino de Génova, donde las aguas se abrirían para ellos. Obviamente
no lo hicieron, y la cruzada se desbandó. Algunos se dirigieron a Roma, otros
volvieron a casa, y algunos, siguiendo el Ródano, llegaron a Marsella, donde
fueron vendidos como esclavos.
Otra cruzada “pastoril”
fue la que siguió a Esteban de Cloyes, en Châteaudun. Esteban era un joven
pastor que afirmaba tener unas cartas para el rey de Francia que le había dado
Cristo. Esteban y 30000 seguidores consiguieron llegar a la Abadía de
Saint-Denis, en París, donde según la tradición se obraron varios milagros.
Pero Felipe II tenía otras ocupaciones, y bajo sus órdenes, se disolvió esta
muchedumbre, siendo enviados de vuelta a casa. Nunca se habló de ir a Jerusalén.
Esto, junto a los
movimientos mendicantes que llegaron con el siglo XIII y en el que bandas de
mendigos se unían a movimientos pre-cruzados, sembró el camino de lo que se
llamaría Cruzada de los Niños, probablemente porque a estos hombres del campo
se les llamaba “pueri”, término que luego se tradujo directamente como “Niños”.
De nuevo, un error de traducción nos ha dado uno de los términos y leyendas más
interesantes de la Edad Media.
Y con esto termino,
así que, Natán, espero que te haya gustado.
¡Y a todos, claro!
Doy por satisfecha mi curiosidad! Y me he partido con lo de Zara imaginando a un montón de cruzados en las rebajas...
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