Después de pasar el día resguardados en la jungla que rodeaba el Dedo de Fuego y viendo los hombres pterodáctilo que volaban continuamente alrededor de la cúspide de la torre, cuando cayó la noche los aventureros decidieron finalmente lanzarse al asalto. Turión, el pícaro elfo, fue el primero en acercarse a la torre, abandonando la protección de los árboles y encontrando en su camino al menos tres cadáveres, todos ellos al parecer arrojados desde una gran altura, con los miembros rotos y el pecho aplastado. Había unas escaleras de cuerda y madera resquebrajadas que subían hasta una cueva a unos sesenta pies de altura, y Turión inició la subida, seguido de Jade, Leodithas, Kellek y Azaka Stormfang. Con Turión y Jade guiando al grupo, se adentraron en la cueva, que resultó ser una horadación natural, con un pozo amplio pozo que caía quince pies y donde fueron atacados por una tarántula gigante, que dejó malherido a Turión, aunque consiguieron acabar con ella y poder continuar, encontrando una chimenea que ascendía hacia un segundo nivel de la torre.
Se trataba también de una serie de cuevas naturales, pero en ellas había hecho nido un enjambre de estirges (criaturas a medio camino entre mosquitos y murciélagos) que se vieron violentadas por la luz de la antorcha de Jade, atacando a los aventureros y poniéndoles en aprietos, hasta el punto de que cuando consiguieron acabar con el enjambre y registrar los restos de un antiguo cadáver cuya sangre había sido completamente drenada por las estirges, decidieron hacer un descanso en aquella cueva, antes de salir al exterior de nuevo y alcanzar una nueva escalera de cuerda y madera que, a través de una estrecha escalera, subía al tercer nivel. Siguieron ascendiendo al tercer nivel (con algunos problemas para subir, debido al estado de las escaleras), donde se encontraron con un grupo de ancianos hombres pterodáctilo que custodiaban a un prisionero aaracokra (un hombre águila) y que no tardaron en ser abatidos por los aventureros, que les pillaron por sorpresa. Liberaron al aaracokra, que se presentó como Nephyr y que agradeció a los héroes que le hubieran liberado. Según les contó, venía de la ciudad templo de Kir Sabal, el protectorado de la sabia Asharra, y había sido emboscado por los hombres pterodáctilo, que le habían llevado prisionero al Dedo de Fuego. Nephyr invitó a los aventureros a visitar Kir Sabal para que Asharra pudiera realizar para ellos la poderosa Danza de los Siete Vientos, que les permitiría volar durante algún tiempo. Dejaron a Nephyr descansando y ascendieron por una nueva chimenea hasta la cúspide. Turión y Jade llegaron sin problemas, encontrando los restos de una vieja atalaya iluminada por fuego mágico y que servía de refugio a una bandada de hombres pterodáctilo. Kellek tuvo algunos problemas para subir, lo que retrasó a Leodithas y Azaka, y mientras se preparaban para emboscar a los pterodáctilos, Jade cometió un error, revelando su posición, aunque Turión consiguió ocultarse. Con la llegada de Azaka (que reveló que se trataba de una mujer tigre), Leodithas y Kellek, los aventureros se enfrentaron a los pterodáctilos, y aunque sufrieron heridas serias y Jade estuvo a punto de caer, consiguieron vencer a las criaturas que habían tomado la torre. Azaka se apresuró a tratar de recuperar la máscara que iban a buscar, aunque Kellek se aseguró antes de que con ella, la mujer no iba a suponer ninguna amenaza para ellos. Finalmente, descansaron el Dedo de Fuego hasta el amanecer, cuando desde la altura de aquella torre, pudieron ver en la amplia distancia las cadenas montañosas que bordeaban la península y los valles de su corazón, donde se encontraban los nacimientos de los ríos cuyos cursos habían navegado para adentrarse en la jungla.
Tras una breve deliberación (Azaka se había ofrecido a llevarles a Orolunga para hablar con una sabia naga, Saja N'baza, y en su camino se encontraba la aldea de Mbala, dominada por la bruja Yaya Pu'pu; pero ahora tenían Kir Sabal como alternativa), finalmente decidieron visitar primero el templo de los aaracokra, que se situaba más cerca que el refugio de la naga, a pocos días de viaja cruzando el río Olung. El camino resultó relativamente seguro, con sólo algunos encontronazos con arañas y velocirraptores, y tras algunos días de viaje, encontraron Kir Sabal, construido en las paredes de una alta meseta y donde fueron recibidos por los hombres águila con agradecimiento por haber salvado a Nephyr. Tras un complicado ascenso de varias horas, Nephyr se convirtió en su guía, llevándoles al templo de Ubtao, donde Asharra se reuniría con ellos. En el camino, Nephyr les contó que en Kir Sabal residían los legítimos reyes de Chult, la princesa Mwaxanaré y el pequeño príncipe Na, lo que sorprendió a los aventureros, ya que era la primera vez que escuchaban hablar de esa familia real. Posteriormente, en la reunión con Asharra, donde conocieron a la princesa de diecisiete años y el príncipe de seis, tuvieron más detalles de lo ocurrido. La familia de los príncipes habían regido Chult desde la ciudad de Omu, en el corazón de la selva, hasta que fueron expulsados de allí por la aparición de un poderoso mal que había llegado después del abandono de Ubtao y la aparición de los llamados Dioses Embaucadores. Toda su familia había muerto, y en Kir Sabal se había custodiado el linaje real. Cuando le contaron a Asharra que habían llegado a Chult buscando el origen de la maldición de la muerte, la aarakocra sugirió que quizá el origen de ese mal se encontrase precisamente en la antigua capital, Omu. Asharra se ofreció a ayudar a los aventureros a encontrar Omu si ese era su objetivo, realizando para ellos la Danza de los Siete Vientos, que les permitiría volar durante tres días, pero para ello, necesitaba una orquídea negra que solo podía conseguirse en los jardines de Nangalore, a donde sus hombres no se acercaban, pues estaban dominados por los maléficos e inteligentes eblis, una especie de grullas malignas...
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