Pues aquí estamos para contar lo que fueron los últimos años del Catarismo, y curiosamente, si las cuentas no me fallan, lo haré en el post número 100 del blog (¡ey, cumplo 100 posts!). Y si todo va bien, yo en estos momentos en que se publica este post estaré en Londres. Todo un conjunto de circunstancias que hace de este post un post importante. Bueno, asistamos juntos a los últimos años de una forma de vida diferente, a los últimos años del Languedoc y los Hombres Buenos.
El origen de su fin lo podemos encontrar varios años antes incluso de la Cruzada, cuando en 1184 el Papa Lucio II en la bula Ad Abolendam creaba, con el objetivo específico de luchar contra la herejía cátara, el Tribunal de la Inquisición y el Santo Oficio, que pasaría a la historia simplemente como “La Inquisición”, nombre que aún hoy da ciertos escalofríos al ser escuchado. Durante años, la Inquisición fue dirigida por los obispos de cada centro episcopal, pero prácticamente con la firma del Tratado de Meaux en 1229, comenzaron los cambios, y en 1231, el Papa Gregorio IX en la bula Excommunicamus, convierte la Inquisición Episcopal en la Inquisición Pontificia, que queda directamente bajo el control del Papa, y que este dejó en manos de una de las órdenes mendicantes recién creadas: la Orden de los Predicadores, que fundara Domingo de Guzmán en Toulouse y que Honorio III habría confirmado en 1216. Pronto comenzarían a conocerse como los “Dominicos”, en honor a su fundador, y con sus hábitos blancos y negros, serían los encargados de extender en más dantesco terror por el sur de Francia.
Mientras franceses e inquisidores se extendían por el Languedoc, los últimos simpatizantes de los cátaros, se retiraban de las grandes ciudades para retirarse a los inexpugnables castillos que habían construido en los Pirineos. Grandes fortalezas como Montségur o Quéribus (conocida como el Nido de las Águilas), donde familias de cátaros occitanos, como los Mirepoix y los Perelha, simpatizantes de los Trencavel, crearon los últimos baluartes para los Buenos Hombres. Mientras, en las ciudades como Tolosa, Albi o Narbona, los inquisidores torturaban, juzgaban y lanzaban a las hogueras a vivos y a muertos, provocando en algunos casos incluso alzamientos de determinados pueblos contra la Inquisición.
Contando con el apoyo de su pueblo, Roger-Ramón Trencavel decidió que había llegado el momento de volver a la escena política y tal vez, invertir las disposiciones del Tratado de Meaux, e irrumpiría, acompañado de los llamados faydits (antiguos nobles y caballeros desposeídos de sus tierras por los franceses) y de la infantería aragonesa en las tierras del Minervés y la Montaña Negra. Carcasona podría haber vuelto a sus manos, pero el senescal de la ciudad, Guillermo de Omes, consiguió, de forma casi heroica, repeler el ataque, y los condes de Foix y Tolosa tuvieron que intervenir para dar cobertura a la retirada del Trencavel hacia Aragón. Sin embargo, el Trencavel había prendido con su actuación la última mecha de la resistencia, y los nobles occitanos decidieron que era el momento de tratar de romper los pesados acuerdos de Meaux.
En 1242, Raimundo VII de Tolosa, el vizconde exiliado de Trencavel, el vizconde de Narbona y el conde de Foix se aliaban y atacaban en conjunto el Rasés, el Minervois, Albi y Narbona, mientras los franceses tenían que retirarse para resistir a Carcasona y Beziers. Luis IX, empujado por Blanca de Castilla no tardó en ponerse en movimiento, y aunque Raimundo VII trató de recibir la ayuda de los bretones, los aragoneses y los provenzales, pero fue ignorado, en parte por el temor político que la Reina Madre transmitía a todos sus contemporáneos, y finalmente, en 1243, Raimundo tuvo que rendirse definitivamente, haciendo un nuevo acto de sumisión ante San Luis, rendición en la que les seguirían el conde de Foix y el vizconde de Narbona. La resistencia política del Midí había terminado, pero la atención de Blanca de Castilla y de su hijo, recaía ahora en las fortalezas en las que los cátaros se habían refugiado en los Pirineos, dándose cuenta de cuan vulnerables les hacían ante ataques procedentes de Aragón.
Siguiendo las órdenes del Rey y la Reina Madre, el senescal de Carcasona, Hugo de Arcís, pondría en 1243 cerco a la fortaleza de Montségur, donde se habían refugiado numerosos cátaros, procedentes de diferentes lugares, y acogidos allí por Ramón de Perelha y Pier-Roger de Mirepoix, además de la propia hermana del Conde de Foix, la legendaria Esclarmonde. Montségur era un lugar prácticamente inexpugnable, construido sobre un pog de 1207 metros de altura, rodeado de escarpados acantilados. Sin embargo, Hugo de Arcís consiguió la ayuda de un grupo de montañeros vascos, acostumbrados a estas montañas, que consiguieron cercar finalmente el castillo, obligando a los señores de Perelha y Mirepoix a capitular, rindiéndose finalmente en la fatídica fecha del 16 de Marzo de 1244. Más de doscientas personas fueron arrojadas a una gigantesca hoguera a los pies de Montségur, el actualmente llamado Camp des Quemats, donde se alza un monumento conmemorativo a las víctimas de la Inquisición, la estela que reza “A los cátaros, a los mártires del puro amor cristiano”.
Quéribus se convertía en el último refugio de los cátaros en el Languedoc, pero también era la última posesión de los nobles occitanos. Su señor, Xabert de Barbaria, llevaba años resistiendo la dominación de los Cruzados, pero cuando en 1255 el rey Luis IX ordenó al senescal de Carcasona (que entonces era Pierre d´Auteil) que cercara la última fortaleza de los Cátaros, misión que encomendó a Olivier de Termes, que conocía perfectamente la zona. Decidido a salvar la vida, Xabert de Barbaria se rindió a Olivier de Termes, y entregó la plaza a cambio de su vida.
La caída de Quéribus marca oficialmente el final de la Cruzada contra los Cátaros, y también del propio Catarismo. Aunque en los siguientes años la Inquisición iría quemando a vivos y a muertos, aniquilando a los últimos cátaros, la caída de los dos castillos supone el fin de cualquier tipo de resistencia organizada que pudiera haber habido. Además, finalmente, el Tratado de Meaux se convertiría en el final de la independencia política del Languedoc, pues ante la falta de descendencia de Juana de Tolosa y Alfonso de Poitiers, tal y como se había establecido, los condados del Midí pasaban directamente a manos de la Corona de Francia en 1271, aunque tanto Luis IX como Blanca de Castilla habían muerto ya para aquel entonces, recogiendo los frutos el hijo de San Luis y Margarita de Provenza, Felipe III de Francia. El último perfecto cátaro, Guillermo de Belibaste, moriría en el año 1321 en la ciudad de Villerouge-Termenes, quemado por la Inquisición, pero para aquel entonces, el catarismo era ya algo perteneciente al pasado.
A día de hoy, algunos estudiosos y nostálgicos de la filosofía cátara, recuerdan con tristeza y esperanza la profecía que decía que tras setecientos años, el laurel del catarismo reverdecería. Personalmente, cuando pienso en ello, sólo me vienen a la cabeza las palabras de uno de los juglares que recorrían aquellas tierras, Bernat Sicart, y que dejó constancia de su dolor en las siguientes palabras:
Ai! Tolosa e Provença,
E de la Terra d´Agença.
Besiers e Carcassés
Qui t´a vist e te vei.
Ay, Tolosa y Provenza,
Y la Tierra de Agen,
Beziers y Carcasés,
Quien te ha visto, y te ve.
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