No es la crónica de un mundo... es la historia de muchos.

sábado, 5 de febrero de 2011

HABLEMOS DE HISTORIA: LA CUARTA CRUZADA

Bueno, en su momento dije que en el blog también dedicaría algún post a la Historia, que para algo es la vocación y la carrera de uno, así que, después de dos semanas, ha llegado el momento de empezar. Y que mejor forma de hacerlo que uniendo precisamente la Historia a ese gran invento friki que es el Mundo de Tinieblas y Vampiro Edad Oscura, y es que, para los que hayáis leído los post dedicados a la Crónica que estamos jugando en este momento está ambientada en los tiempos de la Cuarta Cruzada, así que… ha llegado la hora de hablar de qué fue esa gran tragedia histórica conocida como “La Cuarta Cruzada”, pero esta vez sin Vampiros de por medio.

            Después de aquella Primera Cruzada que en el año 1098 llevara a los cruzados latinos a tomar buena parte de Tierra Santa y a convertirse en los señores de Jerusalén, muchas habían sido las eventualidades que habían ocurrido (y hablaré de ellas en próximos posts, que para algo uno es un apasionado de las Cruzadas), pero la que más importancia tuvo probablemente para el desarrollo de esta Cuarta Cruzada fue la Batalla de los Cuernos de Hattin, en 1187. En ella, y liderados por el que se considera el gran unificador del Islam, Salah al-Din ibn Yusuf Ayubb (al que en occidente conocemos como Saladino) infringió tal derrota a los Cruzados que todo el Reino Latino se tambaleó, y en poder de los cristianos sólo quedó una estrecha franja de costa, desde Tiro hasta Jaffa (actualmente, parte de Tel-Aviv), y eso sólo gracias a la enconada resistencia de algunos de los líderes cruzados. Para “solucionar” aquel desaguisado, se organizó la Tercera Cruzada, probablemente la más famosa de todas, liderada por los reyes Ricardo I (Corazón de León) de Inglaterra y Felipe II Augusto de Francia. Muchos serían los episodios importantes de esta guerra, pero realmente ambos reyes, con sus respectivos ejércitos, abandonaron Tierra Santa en el 1192 sin haber conseguido grandes avances frente al dominio de Salah al-Din.
            Por otro lado, en 1198, ocuparía el Solio Pontificio Lotario dei Conti Segni, que ocuparía la Cátedra de Pedro con el nombre de Inocencio III. Decidido a devolver a la Iglesia el poder que debía tener, Inocencio III un hombre fuerte y sorprendentemente joven cuando fue elegido Papa, además de estar decidido a extender el dominio de la Iglesia por todo Occidente, quiso también estabilizar la situación de Oriente y recuperar la influencia de los cristianos en Tierra Santa. Desde el mismo momento en que ocupó la Cátedra de San Pedro, Inocencio III comenzó a proclamar la necesidad de una Cuarta Cruzada. Sin embargo, Francia e Inglaterra estaban demasiado ocupadas enfrentándose la una a la otra como para pensar en dirigirse de nuevo hacia Outremer, y el Papado y el Imperio estaban enfrentados desde décadas atrás por el conflicto conocido como La Querella de las Investiduras (un conflicto por el derecho a nombrar obispos entre el Emperador y el Papa); de modo que no serían los grandes reyes los que se unieran a la Cruzada, sino que, movidos por el predicador Fulco de Neully, varios señores del norte de Europa (flamencos, alemanes y franceses de la región de Champaña, curiosamente las mismas regiones que habían nutrido de cruzados a Godofredo de Bouillon en su Primera Cruzada)  y algunos nobles del norte de Italia, como Bonifacio de Monferrato. La jefatura de la Cruzada se entregó al conde Tebaldo de Champaña, pero su muerte en 1201 haría que el líder, desde ese momento y hasta el final de la infame cruzada, sería Bonifacio de Monferrato quien lideraría nominalmente la Cruzada, lo que marcaría el destino de esta, pues los Monferrato eran firmes partidarios de la casa Hohenstaufen, señores de Suabia y emparentados con la dinastía Ángelus bizantina.
            Desde el principio, la Cruzada se enfrentó a un gran problema: cómo llegar a Tierra Santa. Ninguno de los participantes era una gran potencia naval, y el camino por tierra, que habitualmente había demostrado ser una pesadilla era más inseguro que nunca a causa del debilitamiento del poder bizantino en los Balcanes. La solución la pondría la Serenísima República de Venecia, gobernada en aquellos momentos por uno de los grandes genios políticos de la historia, el dux Enrique Dándolo, que llegó a un importante acuerdo monetario con los Cruzados a cambio de llevarles a Egipto, objetivo inicial de la Cruzada. Sin embargo, una vez reunidos todos los Cruzados en el Lido, los cruzados no pudieron reunir el importe exigido por los venecianos, que ascendía a 85000 marcos de plata, lo que paralizó la Cruzada durante todo un verano, hasta que Bonifacio de Monferrato llegó a un curioso acuerdo con el dux Dándolo.
            Venecia y Hungría llevaban años enfrentadas por la posesión de Dalmacia (la costa de la actual Yugoslavia), y una de las más importantes ciudades comerciales en Dalmacia, era Zara. A cambio de la ayuda cruzada para tomar Zara, Enrique permitiría un aplazamiento de la deuda, lo que Bonifacio aceptó… para disgusto de Inocencio III, que se apresuró a excomulgar a los participantes en la Cruzada, ya que la Militia Christii era el ejército de Dios, y no estaba para servir a los intereses políticos seculares de ningún señor terrenal. Sin embargo, los cruzados partieron de Venecia en dirección a Zara, y tomaron la ciudad, que pasó a engrosar los dominios de la República Serenísima. Posteriormente, Inocencio III recapacitó, y levantó la Excomunión a los Cruzados, aunque la mantuvo para los venecianos. Y estando en Zara durante el invierno, volvería a cambiar el destino de la Cruzada.
            Felipe de Suabia, miembro de la familia Hohenstaufen y aliado de los Monferrato, llegó a Zara llevando un mensaje del pretendiente al trono bizantino, Alejo Angelus. Si los cruzados ayudaban a Alejo a conseguir el trono, se comprometía no sólo a pagar la deuda establecida con los venecianos, sino que aportarían 10000 hombres más al contingente cruzado, así como el avituallamiento necesario para conquistar Egipto. Bonifacio y Enrique estuvieron de acuerdo, y el propio pretendiente, Alejo, se unió a ellos en Zara. En Junio de 1203, los Cruzados se encontraban ante las murallas de Constantinopla…
            Creo que a día de hoy nos cuesta imaginar lo que simbolizaba Constantinopla en la Edad Media, en un momento en el que la mayoría de las ciudades europeas eran poco más que sucios pozos de excrementos, Constantinopla era la representación viva del Imperio Romano. Los basileus de Constantinopla representaban la continuidad imperial, sus iglesias estaban llenas de imágenes y de oro… La sensación de los cruzados al llegar a Constantinopla debió ser más o menos la misma que tendría un habitante de un pueblo del desierto del Gobi al llegar a Nueva York. En Julio de ese mismo año, los venecianos conseguían entrar en la ciudad, provocando la huída del basileus Alejo III, que huyó de la ciudad, dejando un vacío de poder que los bizantinos trataron de llenar liberando de las cárceles al  padre del pretendiente Alejo Ángelus, Isaac Ángelus, y nombrándoles a los dos co-emperadores. Para tratar de cumplir las promesas que había hecho a los cruzados, Alejo IV tuvo que imponer cuantiosos impuestos, lo que llenó enseguida Constantinopla de descontentos por el gobierno de los Ángelus. Los cruzados presionaban cada vez más a Alejo IV, mientras su pueblo se oponía a lo que consideraba un gobierno títere de los latinos (los enfrentamientos entre cruzados y bizantinos estaban a la orden del día en las calles), y finalmente, como no podía ser de otra forma, la olla a presión en que se había convertido Constantinopla, estalló.
            Los descontentos se unieron bajo el mando de Alejo Ducas, yerno del depuesto Alejo III, y los co-emperadores fueron asesinados. Alejo V Ducas fue nombrado nuevo emperador, pero cruzados estaban ya cansados de esperar el cumplimiento de las promesas hechas por los bizantinos, y desde luego, no estaban dispuestos a regresar a sus lugares de origen con las manos vacías. El 6 de Abril de 1204, los cruzados entraron en Constantinopla a través del barrio de Blaquerna, y con ellos llegó la destrucción de la ciudad. Alejo V huyó de la ciudad, y también lo hizo aquel a quien los nobles eligieron para sucederle, Teodoro Lascaris, junto a toda su familia, el patriarca de la ciudad y varios nobles, que se establecieron en Nicea, en Asia Menor, dando origen a lo que sería el Imperio de Nicea. Los Cruzados saquearon los monasterios y los palacios, y ni la propia Santa Sofía se salvó, siendo profanada cuando, según los cronistas, los latinos sentaron a una prostituta en la cátedra del Patriarca y luego la tomaron sobre el propio altar. Buena parte de la ciudad ardió, las mujeres fueron violadas y los hombres asesinados. La Militia Christii se convirtió en una turba enfurecida.
            Los propios líderes de la Cruzada tardaron días en recuperar el control de sus hombres, pero cuando lo hicieron, supieron sacar provecho de ellos. Ahora, bajo el control de los latinos, se encontraba la ciudad más poderosa del mundo, y los líderes contendieron para convertirse en el nuevo Emperador. Todos los ojo se giraban hacia Bonifacio de Monferrato, pero sin embargo, el elegido fue otro, Balduino de Flandes, que se convertiría en el primer Emperador Latino de Constantinopla.
            Con un botín inmenso, los nobles decidieron dar por finalizada la Cruzada, y regresaron a sus hogares, más ricos, pero sin haber prestado ayuda alguna a sus hermanos de Outremer. El concepto de Cruzada fue pervertido, ya que tanto en Zara como en Constantinopla, los enemigos eran también cristianos (ortodoxos los bizantinos desde el siglo X, y apartados de la Iglesia de Roma, sí, pero cristianos), y jamás se recuperaría de ese golpe. Y todo para imponer en el trono de Constantinopla a un latino, títere de los venecianos, en el que sería un gobierno efímero, pues en 1260, cincuenta y seis años más tarde, los exiliados nicenos, dirigidos por el general Miguel Paleólogo, reconquistaron Constantinopla, expulsando de allí a los latinos. Sin embargo, el conflicto entre latinos y griegos fue lo suficientemente largo como para ser aprovechado por una tercera fuerza, que se fue extendiendo por Asia Menor con mayor fuerza cada vez: los turcos.

            Pero como se suele decir, eso… ya es otra historia.

3 comentarios:

Oneyros dijo...

¡¡¡Oh, que gran prosa!!!!
¡¡¡Oh, que interesante!!!

Tomás Sendarrubias dijo...

Anda, que ya te vale.

LgA dijo...

Malditos venecianos... todo es culpa suya, con sus canales y sus nombre impronunciables...
Muy bueno, historia con mayúsculas.