-¿Cómo
se encuentra?-preguntó Ned a Qyburn, que salía de la habitación de Sansa. El
Maestre de la Fortaleza Roja de Desembarco del Rey asintió.
-Le
he dado un poco de leche de la amapola. Estaba muy nerviosa-replicó Qyburn, y
Ned asintió. Sansa se había desmayado cuando la noticia de la muerte de su
madre en Puertoescarcha, y todos en la corte temían por la vida del niño que
llevaba en su interior-. La reina necesitará descansar algunos días, pero
terminará recuperándose.
-Es
más fuerte de lo que parece-asintió Ned-. Es una Stark.
Qyburn
permaneció en silencio unos instantes, mirando al Protector del Reino, que
parecía abstraído, como casi siempre. Pero el maestre lo entendía, eran muchos
los problemas a los que Lord Stark tenía que hacer frente día a día, y desde la
muerte del Rey Renly y la captura de Loras Tyrell, ni siquiera podía apoyarse
en el que había sido su gran aliado, Mace Tyrell, el Señor de Altojardín. La
noticia de la deserción de los Tyrell y su alianza con los Lannister había sido
un jarro de agua fría para los habitantes de Desembarco del Rey, que temían que
su aprovisionamiento se viera comprometido con el cierre de las mercancías que
debían de llegar desde el Dominio. Al menos, tanto el Puerto de Desembarco del
Rey como Bastión de las Tormentas seguían fieles a Stark, y el crédito del
Banco de Hierro de Braavos le permitiría alimentar a los que aún consideraban a
Sansa Baratheon la reina legítima de los Siete Reinos de Poniente.
Finalmente,
Ned alzó los ojos, y Qyburn carraspeó.
-Puedes
retirarte, maestre-dijo Ned, y Qyburn asintió, desapareciendo en las entrañas
de la Fortaleza Roja. Por unos instantes, Ned se sintió tentado de entrar a la
habitación y ver como dormía su hija, la reina, pero luego pensó que no debía
molestarla, así que se dirigió a la sala del trono, donde pasaba la mayor parte
de los días y las noches últimamente. Los guardias abrieron las puertas ante
él, y pasó saludándoles levemente con la cabeza. Evitó el Trono de Hierro,
jamás le había gustado, y aún sentía escalofríos al recordar la imagen de Jaime
Lannister sentado en aquel peligroso asiento, con la espada aún manchada por la
sangre del rey Aerys, que yacía muerto a sus pies. El Protector del Reino tenía
su propio trono, un asiento mucho más sencillo, de madera y tapizado con el
blanco y el plata de los Stark, situado ante la escalinata que conducía al
Trono de Hierro.
Desde
allí, Eddard Stark dirigía oficialmente Poniente.
Realmente,
notaba como cada día, los Siete Reinos se le escapaban de las manos. La Roca y
el Dominio estaban aliados contra él, liderados por los Lannister, y se habían
hecho también con el control de los Ríos. Stannis estaba en Rocadragón y el
Valle de Arryn. Y el Norte… Invernalia destruida, y Roose Bolton convertido en
Señor del Norte… Bran muerto en manos de Theon Greyjoy, Robb capturado por sus
enemigos… Y Catelyn muerta en manos de Jaime Lannister, ejecutada en
Puertoescarcha. ¿Merecía la pena todo lo que había hecho? ¿Todo lo que había
sacrificado?
Ned
sintió que las rodillas le fallaban, pero se sentó a tiempo en su silla, y vio
una carta que había sobre la pequeña mesa que tenía delante. Suspiró. ¿Más
malas noticias? Ned se fijó en el sello, una simple bola de cera roja, sin
ningún tipo de identificación, y enarcando las cejas, rompió el lacre y leyó.
Robb
estaba libre.
Estaba
vivo, y estaba libre.
Eddard
suspiró, y leyó de nuevo aquellas palabras, de mano de su hijo. Erwyn Aesirk le
había salvado de los Bolton, y pensaban luchar contra los hombres de Fuerte
Terror y eliminar la influencia de los Lannister en el Norte. Y para ello, Robb
y Erwyn le pedían que abriera las puertas del Castillo Negro, que permitiera a
los hombres de Mance Rayder unirse a ellos en la lucha por el Norte. Quizá esa
fuera la solución… Si Robb conseguía vencer a los Bolton, luego podría volver a
llevar a los hombres del Norte hacia los Ríos, retomar Aguasdulces y hacer
girar el sino de la guerra. Derrotar a los Lannister y devolver la paz a
Poniente….
-¿Noticias
del Norte, Lord Stark?
Eddard
no tuvo que alzar los ojos para ver quien se dirigía a él, en todo Desembarco
del Rey solo había un hombre capaz cruzar la sala del Trono de Hierro sin hacer
un solo ruido.
-Ser
Gwyddion…-susurró Ned, mientras el hombre vestido de negro se acercaba a él.
Sus ojos negros parecían centellear en la oscuridad, como si fuera un gato,
mientras su túnica ondeaba a su alrededor. El Protector del Reino tuvo la
impresión de que era la propia oscuridad la que giraba alrededor del hombre que
había venido del Norte tanto tiempo atrás-. Robb está libre. Quiere que ordene
a la Guardia de la Noche que abran las puertas del Castillo Negro…
-Para
que los salvajes puedan cruzar el Muro y luchar haciendo frente común con la
Guardia de la Noche y los Stark-concluyó Gwyddion, y Lord Stark asintió-. Mance
Rayder ha muerto, los salvajes necesitarán un nuevo rey…
Ned
ni siquiera preguntó como era posible que Gwyddion supiera eso. Gwyddion
siempre sabía cosas que no debía saber. La imagen de los hombres de la Guardia
de la Noche luchando codo con codo con los salvajes, dirigidos por Robb y Jon,
parpadeó en su mente un instante. Jon. Cada vez que pensaba en él, su mente
volaba hacia su madre, hacia Dorne…
-¿Y
qué diréis, Lord Protector?-preguntó Gwyddion-. ¿Abriréis las puertas de los
Siete Reinos a los salvajes contra los que tanto tiempo habéis luchado?
-Sería…
Los
ojos de Gwyddion resplandecieron como teas incandescentes, y Eddard recordó
repentinamente todo lo que el Corazón Oscuro le había mostrado la primera vez
que Gwyiddion había acudido a él, cuando estaba encerrado en las mazmorras de
la Fortaleza por orden de Cersei y Joffrey. Pensó que había sido solo un sueño,
pero cambió sus planes. Y luego, cuando vio a aquel hombre vestido de negro en
el Septo de Baelor… Robb decapitado y con la cabeza de Viento Gris cosida a su
cuello. Catelyn ahorcada. Sansa sometida a los caprichos de Cersei y la
violencia de Joffrey. Su propia cabeza rodando en los escalones del Septo de
Baelor… Trató de apartar tales pensamientos de su cabeza, pero parecían
persistir, como si se negaran a abandonar su mente, como jirones de una nube de
tormenta.
-El
Septón Supremo ha vuelto a reclamar la apertura del Septo de Baelor-musitó
Gwyiddion, y Eddard asintió, aparcando de momento el tema de las puertas del
Castillo Negro-. Hay rumores de alzamientos en diversos puntos de Desembarco
del Rey, y dicen que hay hombres que han tomado las armas en nombre de los
Siete Dioses. Los llaman las Estrellas.
-No
hay más fe que la de los Viejos Dioses-susurró Eddard, y a sus espaldas,
Gwyddion sonrió divertido-. El Septo de Baelor continuará cerrado, ordenaré a
la Guardia Blanca que se encargue de los Caballeros de la Estrella.
-Y
del Septón Supremo…
-Y
del Septón Supremo-afirmó Eddard.
-¿Y
qué ocurrirá con los salvajes, Eddard?
-La
puerta continuará cerrada. Los salvajes no pasarán a los Siete Reinos.
Gwyddion
asintió, mientras Eddard, como un autómata, comenzaba a escribir la respuesta a
la carta de Robb, y un mensaje para el Lord Comandante Mormont, ordenándole
mantener las puertas cerradas. Salió del salón del Trono de Hierro, y observó
Desembarco del Rey desde una de las ventanas de la Fortaleza Roja.
La
guerra continuaría. Pronto, el ejército de Discordia llegaría al Muro. Pronto
la Oscuridad barrería los Siete Reinos.
Las
profecías decían que la Reina Dragón llegaría para enfrentarse a la Oscuridad,
para salvar los Siete Reinos. Gwyddion sonrió. Para cuando Daenerys Targaryen
quisiera ocupar el Trono de Hierro, no habría reinos que salvar.
3 comentarios:
¡Maldito Gwyddion! Mi hermana y sus tres mascotas le darán su merecido en breve... o eso espero :S
Este tiene peligro hasta sin "Palantir". Confiemos en que el joven maestre le de su merecido (que ya le tiene ganas jaja)
Joder con lo felices que seriamos todos si la cabeza de eddark hubiese rodado cuando tenia que haber rodado... Pero no pasa nada, el general de oro va en busca de dragones.
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