Llevaba uno días preguntándome de qué iba a hablar hoy (Dios, necesito un artista al que hacerle un nuevo análisis, que me dejaba unos viernes muy socorridos…), y el otro día, a raíz del post sobre Mecano, un amiguete, Francisco, me contó que este año estamos de celebraciones lorquianas. Y bueno, realmente no son lorquianas como tal, sino que es el centenario de la Residencia de Estudiantes de Madrid, por la que pasaron Lorca, Dalí, Buñuel… y otros muchos. De hecho, tengo un amigo, Álvaro, cuya tesis doctoral precisamente ha sido sobre la Residencia de Estudiantes, igual algún día le invito para que si puede, haga algún post al respecto y ampliamos mundo…
Pero hoy, vamos a hablar de una de las obras de Lorca, una de las menos conocidas. Supongo que todo el mundo a leído/visto/oído hablar de las de siempre: La Casa de Bernarda Alba, Yerma, Bodas de Sangre… En ellas está el Lorca más conocido, ese Lorca que bebe de las tradiciones y leyendas andaluzas, que lleva al teatro la expresión viva de su propio Romancero Gitano. Y realmente, todas ellas, son obras absolutamente geniales. Bodas de Sangre debo haberla leído una veintena de veces, y en mis tiempos de instituto, la vi como ocho o nueve. Pero hay otro Lorca, y es ese del que vamos a hablar hoy (hablo en plural, como el Papa… que apropiado…), un Lorca rupturista, que se entregó al teatro experimental, a romper con todo lo establecido y rehacerlo, un Lorca que jamás sabremos dónde habría podido llegar, porque nos lo quitaron antes de tiempo, el que se convirtió en leyenda, en símbolo de libertad. Y ahí es donde se encuentra Así que pasen Cinco Años (Leyenda del Tiempo), la obra de la que vamos a hablar hoy.
Llegué a Así que pasen Cinco Años en mis años de facultad, y gracias a la inmensa biblioteca de la Complutense. A pesar de que yo estudiaba Historia, siempre he tenido un especial interés por algunas vertientes del teatro, y así, decidí leer la obra completa de tres autores muy diferentes: Alejandro Casona, el gran Shakespeare, y como era predecible por el tema de este post, Lorca. Y si bien sus obras más conocidas me habían apasionado, Así que pasen Cinco Años y El Público me daban bastante miedo. Ya había leído algo de teatro “experimental” de la Generación del 27, las Luces de Bohemia de Valle-Inclán, por ejemplo, y no me había gustado nada. No pasó así con Así que pasen Cinco Años. Desde los primeros párrafos quedé completamente enganchado, fascinado y atrapado en las imágenes, símbolos y metáforas en que Lorca había fundamentado su obra.
La estructura de Así que pasen Cinco Años es sencilla, incluso clásica (donde clásica es como su nombre indica, propia de cualquier obra de teatro griega: tres actos con presentación, nudo y desenlace), pero es lo único que se adapta a la concepción habitual del teatro. Realmente, y reduciendo la historia a sus conceptos más básicos, podríamos decir que Así que pasen Cinco Años nos habla del amor, pero sobre todo, y como su segundo título indica, del Tiempo. Del paso del Tiempo y de cómo este parece enfrentarse a lo que Lorca llama “el Sueño”. Es esta oposición la que mueve la trama de toda la obra. En ella, el Joven (no tiene un nombre), protagonista de la obra, representa el conflicto entre el futuro y el amor idealizado (el Sueño) y el real que llega con el paso del Tiempo. El Joven mantiene una relación con una muchacha, la Novia, pero se niega a consumar esa relación, a hacerla real, hasta que pase un tiempo simbólico de cinco años. Pero el tiempo no espera, y la Novia se fuga con un jugador de Rugby (representación de todo lo que el Joven no es, del ahora). Es ese el momento en el que el Joven siente la presión del Tiempo, un Tiempo que se acaba, y vuelve a la mujer que le amaba, su Mecanógrafa. Pero ahora es ella la que se niega, y establece que su amor sólo será posible… cuando pasen Cinco Años. Con ello, el Tiempo del Joven se acaba, y la Muerte hace su aparición (como en muchas otras obras de Lorca), esta vez con la imagen de tres jugadores de cartas que representan a las Tres Parcas. ¿Sencillo, no?
Pues no, no lo es. Durante toda la obra nos encontramos con proyecciones del Joven en los personajes de sus dos amigos (llamados Amigo 1 y Amigo 2), el primero obsesionado con el presente y el segundo con el pasado; y personajes simbólicos, como el Traje de Novia (que tiene uno de los mejores textos que he leído nunca), o el Arlequín y el Payaso que aparecen en el camino de una feria “llena de espectadores muertos” (imagen escalofriante donde las haya), y de cuyo diálogo, el propio Camarón extrajo una parte para convertirla en una de sus canciones más conocidas, La Leyenda del Tiempo. Además, el tiempo no es exactamente lineal, con giros que desubican al lector (o espectador), se repiten horas, y acontecimientos que han pasado hace mucho tiempo, aún no han ocurrido, ocurren varias veces desde distintos puntos de vista o están a punto de ocurrir. Voces reales en el primer acto se convierten en personajes simbólicos en el tercer acto… Y todo esto ocurre bajo un ambiente entre onírico y real, entre el Sueño y el Tiempo.
En fin, cualquiera que haya leído a Lorca (o que no lo haya leído, da igual) y tenga un mínimo interés por el teatro (o no), debería darle una oportunidad a Así que pasen Cinco Años, y leerlo no una, sino dos, tres, cuatro veces… porque en cada lectura descubrirá cosas nuevas, nuevas joyas, nuevas imágenes, y eso es lo que hace grande esta obra. Siempre es como si la leyeras por primera vez.
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