Viendo los últimos posts del Iconocronos me he dado cuenta de que hace realmente mucho tiempo que no hablamos un poco de historia. Y ha llegado la hora de solucionarlo, hablando de uno de los personajes más fascinantes y menos conocidos de la Historia. La Abadesa Hildegarda de Bingen (Hildegaard von Bingen). Bienvenidos a su mundo.
Hildegarda sería la décima hija de una familia noble alemana, en Bermersheim, en la región que posteriormente sería conocida como Renania-Palatinado, durante una fecha notable: el verano de 1098, a escasos meses de que la Primera Cruzada consiguiera tomar la propia ciudad de Jerusalén. La familia de Hildegarda, siguiendo un viejo precepto de la Iglesia, el diezmo, decidieron que su décima hija debía ser entregada a la Iglesia, así que podríamos decir que el destino la llamó desde el mismo momento de su nacimiento. Hildegarda fue entregada a Jutta von Spanheim, noble como ella, que comenzaría con su educación religiosa, hasta que, en 1112, cuando Hildegarda tenía catorce años, abandonaron el castillo de Spanheim, donde habían vivido, para trasladarse propiamente a un monasterio: Disibodenberg, un monasterio masculino en el que se dedicó una celda para que Hildegarda, Jutta y una tercera mujer pudieran recluirse. Sólo tres años después, la celda tuvo que cambiarse por un pequeño monasterio, debido a la afluencia de nuevas vocaciones que la presencia de las tres mujeres había provocado hacia el monasterio. Con la muerte en 1136 de Jutta von Spanheim, que había actuado como abadesa de la comunidad de mujeres de Disibodenberg, el resto de las mujeres no dudaron en elegir a Hildegarda como su nueva abadesa a una edad relativamente temprana, ya que sólo contaba con treinta y ocho años.
Uno de los episodios más enigmáticos de la vida de Hildegarda llegaría poco después de su nombramiento como abadesa, cuando en 1141 tuvo un fuerte episodio de visiones. Al parecer, Hildegarda, una Iluminada mística, tenía visiones desde su niñez, aunque muy lejos de los éxtasis de Santa Teresa, por ejemplo, ya que Hildegarda no perdía en ningún momento la conciencia. Las visiones que tuvo en 1141 fueron tan intensas que el propio Papa, Eugenio IV (el que organizara la Segunda Cruzada que llevaría al Emperador Conrado III, al Rey de Francia Luis VII y a su esposa, Leonor de Aquitania, a un desastroso intento de recuperar el perdido Condado de Edesa en Tierra Santa) le pidió que pusiera por escrito sus visiones. Para ello, Hildegarda contó con la ayuda de un amanuense, y dejó estas experiencias recogidas en su libro Scivias, aprobado en 1148 por la propia cancillería romana. A raíz de esta aprobación, Hildegarda comenzaría a ser conocida como “La Sibila del Rin”, y comenzaría su relación epistolar con varias de las personalidades de la época, convirtiéndola en una figura de referencia en aquellos años. Además de con el propio Papa, Hildegarda sería referencia para Emperadores, reyes y señores de todo el Sacro Imperio Romano-Germánico.
En 1148, y frente a la oposición de los propios monjes de Disibodenberg, que veían como con la marcha de Hildegarda perdían una buena fuente de todo tipo de beneficios, Hildegarda de Bingen se independizó de la comunidad en la que llevaba tantos años viviendo, y abrió su propio convento, a donde se trasladaría en 1150 con toda su comunidad y el permiso del Arzobispo de Maguncia. El nuevo monasterio se llamaría Rupertsberg, y allí, Hildegarda continuaría con sus trabajos. Escribió sobre muchos temas, desde medicina a teología, y le prestó una gran atención a la relación entre la música y la religión, componiendo toda una serie de obras musicales que nos han llegado hasta hoy en día como testimonio de uno de los trabajos musicales más grandes de la historia. El éxito de Rupertsberg le permitiría fundar en 1165 un segundo monasterio, Eibingen.
Pero una de las labores que más llamó la atención en su época, fue la de predicadora. En un tiempo en el que la clausura aún no era tan férrea como lo sería posteriormente, Hildegarda abandonó en varias ocasiones las murallas de sus conventos para predicar en catedrales y lugares sagrados de toda la Renania. Aún faltaban al menos cuatro décadas para que Domingo de Guzmán fundara su orden de Predicadores, cuando Hildegarda de Bingen ya llamaba a la lucha contra los cátaros y otros herejes, aunque siempre desde la perspectiva de la teología, negando la necesidad y la legitimidad de acabar con las vidas de aquellos denominados “herejes”. Además, tuvo importantes enfrentamientos desde los púlpitos contra importantes figuras políticas, como el propio Emperador Federico I Barbarroja y su afición a enfrentarse al Papado a través del nombramiento de Antipapas. Como pequeño símbolo de la personalidad de Hildegarda, nos ha llegado la historia de cómo tras dar entierro en las tierras de Rupertsberg a un noble que había sido excomulgado y ser llamada al orden por los prelados de Maguncia, que exigieron que Hildegarda desenterrara a aquel hombre (ya que al haber sido excomulgado no podía ser enterrado en suelo consagrado), en lugar de obedecer, defendió su decisión y eliminó cualquier rastro de dónde se encontraba enterrado el noble para que nadie fuera capaz de encontrarlo. Hildegarda y su comunidad fueron puestas bajo interdicto, pero cuando el Arzobispo de Maguncia regresó, dio la razón a Hildegarda, levantando el Interdicto.
La Abadesa moriría no mucho después, en 1179, con ochenta y un años de edad, siendo toda una anciana venerable que había tenido en sus manos el pulso de la política y la religión durante muchos años. Como era de esperar, el proceso de canonización de la monja alemana se abriría no mucho después, en 1227, aunque no se cerraría, y volvería a ser reabierto en 1244… aunque tampoco se concluiría en ese momento. Su celebración fue aprobada formalmente en 1940 por Pío XII (en plena tensión de la Segunda Guerra Mundial), y Benedicto XVI, de origen alemán, también ha mostrado un gran interés en la figura de la santa y mística alemana, a la que ha nombrado como una de las grandes mujeres de la Iglesia, junto a Santa Teresa de Ávila, Catalina de Siena o la Madre Teresa de Calcuta; e incluso hay propuestas para nombrarla Doctora de la Iglesia.
Toda una mujer de armas tomar, desde luego.
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