No es la crónica de un mundo... es la historia de muchos.

sábado, 19 de marzo de 2011

T.S ELIOT: LA TIERRA BALDÍA

Hace algún tiempo, otro de esos lectores que pasan por aquí como los ninjas (o sea, sin dejar rastro), mi amigo David, me preguntó por correo que cuándo iba a hacer algún post cultureta de estos que hago yo los fines de semana sobre poesía… y ese día, va a ser hoy. Y lo haré con un poema que no es precisamente fácil… ni corto. Aunque sí célebre por una de sus frases, que a mi, personalmente, me encanta.
            El autor, T.S Eliot, nació en St.Louis, Missouri, en 1888, aunque con veinticinco años, en 1914 se trasladaría a Inglaterra, llegando a convertirse en ciudadano británico y viviendo allí el resto de su vida, y relacionándose con autores como Virginia Woolf o James Joyce.  Autor de ensayo, poesía y teatro, Eliot conseguiría el Premio Nóbel de Literatura en 1948, y moriría en Londres en 1965, tras dos matrimonios. Eliot es conocido sobre todo por su poesía, entre la que podríamos destacar tres obras: El Libro de los Gatos Habilidosos (en la que Andrew Lloyd Webber basó el musical más famoso de todos los tiempos, Cats), Los Hombres Huecos (que probablemente os traeré otro día) y la que hoy nos ocupa, La Tierra Baldía, máxima representante del llamado Modernismo Inglés.
            La Tierra Baldía se divide en cinco partes, pero de momento, sólo os voy a dejar por aquí la primera, El Entierro de los Muertos (The Buried of the Deaths en el original), ya que creo que es la más llamativa, y en la que se encuentra la que es uno de los mejores versos de la literatura universal… A ver si sabéis cual es. Os lo pongo traducido, en versión de José Luis Rivas.

Abril, el más cruel entre los meses,
Hace que nazcan lilas en la tierra muerta,
Mezcla recuerdos y deseos, sacude
Raíces perezosas con lluvias vemales.
El invierno nos puso los abrigos, cubriendo
La tierra de olvidada nieve, alimentando
Una mezquina vida con inertes tubérculos.
Nos sorprendió el verano, soltándose sobre el Stambergersee
Con un chubasco; hicimos alto en la columnata
Y cruzamos después el Hofgarten, bañados por el sol.
Y tomamos café y platicamos una hora.
Bin gar keine Russin, stamm' aus Litauen, echt deutsch.
Y de niños, de paso por la casa de mi primo el archiduque,
Él me sacó en trineo.
Yo tenía miedo. Me dijo: Marie,
Marie, cógete bien. Y nos deslizamos cuesta abajo.
En las montañas, allá sí que nos sentimos libres.
Leo casi la noche entera y en el invierno parto hacia el sur.

¿Cuáles son las raíces que prenden, qué ramas
Brotan de este cascajo? Hijo de hombre,
Tú no puedes decirlo, ni imaginarlo, pues sólo conoces
Un cúmulo de imágenes donde reverbera el sol.
El árbol seco no cobija, el grillo canta monocorde,
La estéril piedra no mana agua. Sólo
Hay sombra bajo esta roca roja.
(Ven a la sombra de esta roca roja),
Voy a enseñarte algo diferente
De tu sombra que marcha a largos pasos contigo en la mañana,
0 de tu sombra, irguiéndose al ocaso para ir a tu encuentro;
Voy a enseñarte lo que es el miedo en un puñado de polvo.
Frisch weht der Wind
Der Heimat zu
Mein lrisch Kind,
Wo weilest du?
“Me diste los primeros jacintos hace un año;
“Me llamaban la niña de los jacintos.”
-Pero cuando volvimos, ya tarde, del jardín de los jacintos,
Tus brazos tan cargados, tu cabello tan húmedo, no pude
Hablar, y se apagaron mis ojos, no estaba
Vivo ni muerto, no sabía nada
Mientras veía el corazón de la luz, el silencio.
Oed' und leer das Meer.

      Madame Sosostris, famosa clarividente,
Pescó un resfriado, sin embargo.
Se le considera la mujer más sabia de Europa
Con un vicioso mazo de naipes. Aquí, dijo ella,
Está su carta, el Marinero fenicio que murió ahogado.
(Estas perlas fueron sus ojos. ¡Fíjese!)
Aquí está Belladonna, la Dama de las Rocas,
La dama de los sinos.
Aquí está el hombre de los tres bastos, y luego la Rueda,
Aquí el mercader tuerto, y esta carta en blanco
Es algo que lleva a cuestas
Y no puedo mirarlo. No encuentro
Al Colgado. Tema la muerte por agua.
Veo una muchedumbre formando corro.
Gracias. Si ve usted a la estimadísima señora Equitone,
Dígale que yo misma le llevaré el horóscopo:
Hay que ser tan precavida en estos días.

      Ciudad irreal,
Bajo la parda niebla de una alborada de invierno,
Tal multitud cruzaba por el Puente de Londres,
Que nunca hubiera yo creído que fueran tantos los que la muerte se llevara.
A veces emitían breves suspiros,
Cada quien con la vista clavada delante de sus pies.
Cuesta arriba, luego calle King William abajo,
Hacia donde Saint Mary Woolnoth santifica las horas
Con un sonido al final de la novena campanada.
Allí vi a un conocido, y lo detuve gritándole: “iStetson!”
¡Tú, que estabas conmigo en los barcos de Mylae!
¿Aquel cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
Ha comenzado a retoñar? ¿Florecerá este año?
¿O la inesperada escarcha remueve su arriate?
Oh, aparta de allí al perro, que es amigo de los hombres,
Pues si no, ¡lo desenterrará de nuevo con sus uñas!
¡Tú, hypocryte lecteur! -mon sembable- mon frère!”

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