Hace mucho tiempo que en este blog no hablamos de historia… y ha llegado el momento de solucionarlo, que ya va tocando. Ya he dedicado algunos post a la época de Enrique VIII y sus esposas, pero había pasado por alto a uno de los personajes más interesantes de esa época, y eso no podía seguir así por mucho tiempo.
Hoy, hablaremos de Catalina de Aragón, Infanta de Castilla y Aragón, Princesa Consorte de Gales, Reina Consorte de Inglaterra, esposa de Enrique VIII y madre de María I… y alcalaína. Sí, sí, nacida en Alcalá de Henares.
Catalina de Aragón nacía en el año 1485 en el Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares, en Madrid, última de las hijas de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los mismísimos Reyes Católicos que unirían tras muchos siglos de separación la mayor parte de los reinos ibéricos bajo un solo gobierno (más o menos, realmente las diferencias entre los reinos se mantendrían durante más de doscientos años tras los Reyes Católicos, hasta la llegada del primer Borbón, Felipe V, pero tras los Reyes Católicos, el rey de Castilla y el rey de Aragón serían la misma persona). Catalina pasó su infancia en Granada, a donde se trasladó con sus padres tras la toma de la ciudad y la derrota del reino Nazarí de Granada. Y desde el Palacio de Santa Fe, Catalina se convertiría en una pieza maestra más del gran plan de sus padres para emparentar a sus hijos en una red de matrimonios con los grandes reinos europeos, en un plan magistral para aislar a Francia, enemiga secular de Aragón. Sus hermanos Juan y Juana se convertirían en la llave de los Reyes Católicos para enlazar con los Habsburgo, Isabel y María lo harían con Portugal. El destino de Catalina estaba en Inglaterra, en una Inglaterra que no hacía mucho había acabado una guerra civil, la llamada “Guerra de las Dos Rosas” que había enfrentado a los York y a los Lancaster, y que finalmente había concluido con la llegada de una nueva dinastía al trono de Inglaterra, la del antiguo Duque de Richmond, Enrique Tudor, que subiría al trono como Enrique VII.
Con tan sólo cuatro años, Catalina fue prometida con el príncipe Arturo de Gales, primogénito de Enrique VII, y finalmente, en 1501 y partiendo desde Laredo, Catalina viajó hasta el que sería su futuro reino. Pero el joven Arturo era una criatura frágil y enfermiza, que moriría tan sólo cinco meses después de la boda con la joven Catalina, y según apuntan todos los datos históricos, sin haber sido capaz de consumar su matrimonio. Por un momento, la alianza entre los reinos ibéricos e Inglaterra se tambaleó, pero Catalina había causado una honda impresión en el rey, que comenzó de inmediato las negociaciones para que Catalina se convirtiera en la esposa del heredero al trono tras la muerte del Príncipe de Gales: Enrique, que en aquel entonces tenía once años… aunque primero, el propio Enrique VII, que había enviudado recientemente, se planteó el casarse él mismo con la muchacha. La situación se enredó durante varios años, hasta que finalmente, Enrique VII moriría en 1509, subiendo al trono Enrique VIII. Dos meses más tarde de su coronación, en Grey Friars, tras siete años de incertidumbre, se casaba con Enrique VIII, siendo coronada Reina Consorte unos días después.
Tenía veintitrés años, y Enrique acababa de cumplir dieciocho.
Catalina, igual que había impresionado a su suegro y al propio Enrique VIII, impresionó a sus súbditos. El propio rey la dejó al frente del gobierno del estado mientras él se ponía al frente de diversas campañas militares, y ella misma llevó a parte del ejército a una batalla en la que perdería la vida el Rey de Escocia.
Y sin embargo, Catalina parecía incapaz de cumplir con lo que se suponía que era su máximo deber sagrado: darle un heredero a su esposo. Su primogénito, un varón, nació muerto en 1510, su segundo hijo, Enrique, moriría con sólo cincuenta y dos días de vida. Tras un aborto, en 1514 nacería un nuevo niño, un nuevo Enrique, que de nuevo viviría sólo un mes, y tras el que vendría su único vástago superviviente: una niña, a la que llamarían María. Sin embargo, la falta de un heredero varón aterrorizaba a Enrique y a muchas facciones cercanas a los Tudor. Las dos veces que Inglaterra había quedado en manos de mujeres había sido invadida o habían estallado grandes conflictos dinásticos, y muchos tenían demasiado reciente la Guerra de las Dos Rosas como para estar tranquilos.
Sin embargo, Catalina suplía su incapacidad de darle un hijo varón a Enrique con una gran habilidad política, buscando provechosas alianzas a favor de Inglaterra tanto con su sobrino, el Emperador Carlos V como con el rey de Francia (aunque las conversaciones entre Inglaterra y Francia durarían poco, ya que en menos de dos años, estallaba de nuevo la guerra entre los dos países). Con ingleses y franceses de nuevo en conflicto, Catalina influiría en su esposo para que dirigiera sus alianzas hacia su sobrino el Emperador, y comenzaron las negociaciones para el matrimonio de su hija María.
Todo esto se rompió con la aparición de Ana Bolena. El rey se enamoró perdidamente de la joven, perteneciente a una de las familias de la nobleza inglesa, sobrina del poderoso Duque de Norfolk, e hija del embajador inglés en Francia, Sir Thomas Bolena. Enrique solicitó la nulidad eclesiástica de su matrimonio con Catalina de Aragón, la reina fue apartada de palacio, confinada en varios castillos, humillada… Pero jamás aceptó la nulidad. Desde Roma, el Papa negó también que el matrimonio entre Catalina y Enrique fuera nulo, y el Emperador mostró su disgusto también con la situación que sufría su tía. Y de hecho, la tensión entre Enrique VIII y Catalina de Aragón, el empeño del primero por anular el matrimonio y la negativa de la segunda a renunciar a su legitimidad y a la de su hija, llevaron a Inglaterra a una situación de no retorno. Enrique VIII rompía relaciones con Roma y la Iglesia Católica, y sus obispos y abogados creaban una “nueva” religión, en Anglicanismo, diseñado a medida de los deseos de Enrique VIII. El Arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, uno de los ad latere de Enrique y su factotum, Thomas Cromwell, disolvía el matrimonio entre Catalina y Enrique, permitiendo a este casarse con Ana Bolena.
Catalina, que para muchos ingleses fue siempre la reina legítima, fue exiliada a diversas fortalezas, Ampthill, Buckden, y finalmente, el Castillo de Kimbolton, en el Cambridgeshire. Allí, Catalina, prácticamente en estado de pobreza y apartada de su propia hija, moría víctima de un cruel cáncer de corazón el 7 de Enero de 1536, a la edad de cincuenta años, siendo enterrada en la cercana catedral de Peterborough, que a día de hoy, y a través de la reina Catalina, se encuentra hermanada con Alcalá de Henares.
La importancia histórica de Catalina de Aragón es obvia. Su negativa a aceptar las humillantes condiciones que Enrique trataba de imponerle es legendaria, como lo es el cariño que hasta el último día le mostró su pueblo. Y si hubiera sido más débil, o menos pasional, si hubiera dicho que sí… ¿quién sabe qué hubiera pasado? Por no decir que la figura de Catalina dejó profundamente marcada a su hija, María de Aragón, que subiría al trono de Inglaterra como María I Tudor, que jamás olvidaría que sus abuelos fueron los Reyes Católicos, y trataría con todas sus fuerzas de devolver Inglaterra al seno de la Iglesia Católica, liberándola de la Herejía Anglicana. Pero para María I era demasiado tarde, como lo había sido más de mil años antes para Juliano el Apóstata cuando trató de devolver el Imperio Romano al paganismo precristiano.
Pero eso, señores… son otras historias.
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